Isla de Taboga

Para los panameños el nombre de Taboga está muy ligado al arte, a la música, a la literatura. Desde la ciudad capital se puede ver su silueta, y llegar a ella cada vez es menos complicado. Lo que muchos desconocen es que Taboga ha sido, históricamente, centro de muchos eventos trascendentales, y que sus callejuelas y vetustos edificios recogen una tradición que no solo ha sido determinante para los panameños, sino para los ciudadanos de otras latitudes.


SU UBICACIÓN GEOGRAFICA Y SU DEMOGRAFIA
Taboga es una isla de origen volcánico que, en conjunto con las islas de Taboguilla, Urabá, Melones, Chamá, Estivá, Borá, Otoque y el Morro (esta última isla, cuando la marea está baja, forma una península que la une a la isla de Taboga por medio de una playa totalmente transitable, y que sirve de comunicación entre sí), conforman el distrito insular de Taboga. A pesar de su gran extensión (unas 500 hectáreas) cuenta con una población bastante reducida, llegando a encontrarse apenas unos 868 habitantes, según el último censo, celebrado en Mayo del presente año, con un total de 240 casas. Su perímetro de costa es de aproximadamente 13 millas, y está ubicada en el Golfo de Panamá, en el Océano Pacifico, a solamente doce kilómetros de la ciudad capital. Se llega a ella por medio de tres compañías diferentes de lanchas públicas, que ofrecen, los fines de semana, hasta 6 viajes hacia y desde la isla. Los que poseen lanchas y yates hacen de la isla un destino casi obligatorio durante los fines de semana, donde se fondean en las playas y pasan el día dedicado a los deportes (esquiar en agua, nadar, pasear en jet sky etc.), a tomar el sol o a simplemente explorar la isla.

Su fisonomía, de una exuberancia tropical como pocas, tiene una interesante silueta que la conforman un juego de cerros que llegan a ascender hasta 300 metros sobre el nivel del mar y la hacen parecer un perfil o una escultura. Uno de estos cerros, el Vigía, tiene dispositivos de orientación para la navegación aérea, que le dan la bienvenida a los aviones que se acercan a la ciudad de Panamá. También están el Cerro de la Cruz, el de San Pedro, y otros que son destinos naturales para los visitantes, que los recorren para observar aves, para admirar el paisaje que desde allí se aprecia, o para acampar. Entre estos cerros hay un profundo valle que divide la mole rocosa del sur con el norte de la isla. La parte de la isla que tiene la mayor concentración de población es la que mira hacia la ciudad y la bahía, y el resto de la isla está aún por descubrirse, encontrándose inigualables parajes en los alrededores de su costa.

Tradicionalmente la isla ha sido bendecida por abundantes arroyos, manantiales y ojos de agua. Como fue un destino obligado para las naves que llegaban o partían de Panamá, éstas se aprovisionaban allí de agua fresca. Hoy día la abundancia de agua no es muy característica y hay que cuidarla como lo es, un preciado líquido. La población cuenta recientemente con una planta desalinizadora para el abastecimiento del pueblo.

Muchas familias han hecho de Taboga su destino de fin de semana, y a lo largo de la costa, desde la Restinga y Barlovento, se han levantado hermosas residencias de veraneo, que miran al mar y recogen las tendencias de la arquitectura moderna de la manera más armónica y tropical. Junto a estas casas, están las viviendas tradicionales de los isleños, y en un extremo y otro, dos hoteles, que atienden la demanda turística de la isla. Pequeños sitios donde comer o tomarse un vaso de agua de pipa se encuentran en los alrededores del pueblo. Las casas de veraneo que no están sobre el mar, se erigen con alturas suficientes para verlo, haciéndolo un motivo principal para visitar y habitar la isla.

Un sello distintivo de Taboga es la ausencia de automóviles. Existen en toda la isla aproximadamente 20 vehículos, de los cuales la mitad de ellos es para transportar a los visitantes, ascender al Vigía, o llevar carga y basura. Y la otra pertenece a los dueños de casas de verano, y consisten en four wheels o sus semejantes (carros de golf, motocicletas estilo Vespa, u otros) pero la tónica de la isla es andar a pie. Eso es lo que la hace única y encantadora, segura y saludable.

Su flora es misteriosamente exagerada: todas las plantas encuentran su hábitat de manera casi inmediata y es por eso que se le conoce tradicionalmente como la Isla de las Flores. Entre sus cosechas están los nísperos, mameyes, nance, tamarindos y sobre todo, las piñas, que eran famosas por su jugosa carne y por su aroma. Sin embargo, en épocas recientes, los cultivos se han ido abandonando, por lo que no se encuentran con facilidad estos preciados frutos. La rosa tabogana, especie de arbusto de floración perenne, venenoso, que crece bastante alto, debe su nombre a que prolifera por cada rincón de la isla, y también se le conoce como rosa francesa.


LOS ORIGENES DE TABOGA

Se pueden trazar sus orígenes en el año 1524, cuando el Canónigo Hernando de Luque fundó el villorrio a orillas del mar, denominándolo entonces como San Pedro de Taboga. Años antes, en 1510, se habían establecido los españoles que llegaron al Istmo en Santa María la Antigua del Darién. De allí salió Vasco Nuñez de Balboa para descubrir el Mar Pacífico. Allí también convergieron Pedro Arias de Avila, Pascual de Andagoya, Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Gaspar de Espinosa y el mismo Hernando de Luque. Posterior al descubrimiento del inmenso océano, el avistar el archipiélago de las Perlas y Taboga fue apenas una consecuencia lógica. Antes del fundador de la isla, había llegado a sus costas Gonzalo de Badajoz, huyendo del Cacique París luego de que éste lo derrotara en Parita, y embarcándose en Chame, frente a la isla de Otoque, para desembarcar en Taboga en el año 1515. Pedro Arias de Avila llegó a Taboga en 1519, buscando un lugar donde fundar una población a orillas del mar, misión que lo llevó a establecer ese mismo año en lo que hoy se conoce como Panamá la Vieja, la ciudad que fue asaltada e incendiada por el pirata Sir Henry Morgan en 1671.

Taboga se convirtió posteriormente en el centro de operaciones para el descubrimiento y la conquista del Perú. Se conoce que la expedición de Francisco Pizarro y Diego de Almagro partió de la isla, y Hernando de Luque les sirvió de ayuda, siendo Vicario de la Catedral de Panamá. En la pequeña iglesia que fue la antecesora de la actual, Pizarro y Almagro tomaron la hostia, éste último decidiendo en el momento de la partida no acompañar al adelantado del Perú. Pizarro zarpa hacia su destino precisamente el año en que Luque establece el pueblo en la isla que tanto amaba, donde se dedicó a la agricultura y a enaltecer a la población. Almagro parte como Adelantado de Chile y años más tarde Pizarro lo mata. Posteriormente Pizarro cae muerto por almagristas en su propia casona en Lima. También se sabe que el navegante inglés William Dampier fondeó su barco en las costas de Taboga en 1685, encontrando muchas frutas cultivadas por los habitantes en la parte norte de la isla. Se conoce que pernoctaron en Taboga los obispos Fray Bartolomé de las Casas y Fray Tomás de Berlanga, a quien se le atribuye el descubrimiento de las islas Galápagos, frente a las costas de Ecuador y que son hoy un patrimonio de la humanidad, donde se pone de manifiesto la teoría de la evolución de las especies, de Charles Darwin.

Los siglos que siguieron fueron pródigos en visitantes que pasaban, en atropellado frenesí, buscando oro, perlas y otras riquezas del mar que se habían descubierto, y Taboga fue escenario de todos estos tránsitos. Sir Henry Morgan, luego de saquear la ciudad de Panamá, envió tropas a la isla, que llevaban orden de quemar todas las casas y hacerse de todas las monedas de oro y mercaderías que estuvieran a mano, en el año 1671. Otros piratas también escogieron sus tierras para abastecerse o establecerse. Se conoce que el pirata Hawkins se instaló en Taboga en el año 1686, y desde allí recibía la visita de mercaderes de Panamá, que le compraban los bienes mal habidos. El hecho de que fuese Taboga el punto de partida y regreso de todas estas expediciones obedece a que está en dirección sur, lo que la hace propicia para la entrada a Panamá. Hoy día la isla se puede apreciar cuando un avión procedente del sur, de Lima o Santiago, aterriza en Tocumen, el aeropuerto internacional de la ciudad de Panamá.

En 1819 el buque de guerra chileno Rosa de los Andes ataca la isla de Taboga, incendiando el pueblo y destruyendo la iglesia, la misma que había sido erigida por el canónigo Luque. En el año 1870 la fragata de guerra peruana Pichincha trata de secuestrar un grupo de jóvenes taboganas que habían sido invitadas a una fiesta a bordo y durante ese mismo año unos marineros ingleses protagonizaron una trifulca y dieron muerte al alcalde Manuel A. Fuentes.

Taboga también fue prodiga en perlas y, aunque no estaba en el archipiélago de ese nombre, tanto ella como su vecina Taboguilla, en el siglo XVIII, permitían una vigorosa actividad en torno a este precioso bien. En los albores del siglo XIX, los vapores que hacían su travesía entre Panamá y Valparaíso tenían su principal asiento en la isla de Taboga. En los años 1849 y 1850 Taboga era el Puerto de Panamá. En la isla apéndice, el Morro, existía un astillero de 100 metros de largo, donde se reparaban barcos, y donde había depósitos, muelle, oficinas, talleres, viviendas, un hospital en la cima del cerro, y un cementerio. Para que se dieran todos estos servicios, la isla contaba con más de 700 obreros especializados y llegó a tener, en 1870, una población de 1,568 habitantes, cifra que ascendió a 3,130 en 1896. Se encontraban allí almacenes para abastecer barcos, tiendas de ropa, talleres de carpintería, panaderías, billares, locales para fiestas, pensiones, tiendas mayoristas, un pequeño mercado y tres médicos.

La época de más riqueza para la isla giró en torno a la fiebre de oro en California, por lo que la isla era un paso obligado. En 1847 se estableció una estación naval de una empresa norteamericana, y se instalaron también compañías inglesas y australianas de vapores. Se dice que en esa época circulaba el oro en manos de todos, de una manera casi providencial, como jamás se ha visto en esos sitios.

La tradición y algunos cronistas señalan que Santa Rosa de Lima nació en Taboga, porque sus padres vivían en la isla, en un lugar llamado La Puntillá. Aparentemente la familia partió a establecerse en la ciudad de Lima, donde la niña floreció como santa y fue canonizada y venerada por los cristianos. De allí que se le diga “Santa Rosa de Lima, la Tabogana”.

Terminando el siglo XIX, en 1887, Taboga fue el destino de un visitante inusual: el pintor francés post-impresionista, Paul Gauguin buscaba un lugar donde pintar lejos del bullicio de París y los convencionalismos de la civilización, donde pudiera estar en contacto con la naturaleza y vivir de sus frutos. Gauguin tenía una gran influencia española en su sangre y vivió de pequeño en el Perú. Hacía frecuentes viajes, de joven, entre Francia y Brasil. Vino a Panamá detrás de un pedazo de tierra en la isla de Taboga, isla que se la habían descrito como exuberante, donde las frutas estaban al alcance de la mano. Su cuñado tenía negocios en Colón y coincidió su visita con la construcción del canal francés que dividiría el istmo de Panamá en dos y uniría los dos grandes océanos. Gauguin estuvo más de 3 meses en la isla y las cosas no fueron como él había soñado: las obras del Canal Francés habían encarecido las tierras en Taboga y las frutas no estaban tan al alcance de la mano. Permaneció apenas tres meses, sin tomar un pincel y trabajando en las duras tareas de los obreros en los trabajos del canal, las que terminaron por desalentar la iniciativa del Conde Ferdinand de Lesseps: altas temperaturas y lluvias tropicales, largas horas de trabajo y noches plagadas de mosquitos. De Panamá, Gaugin se fue a la isla de Martinica para posteriormente radicarse en Tahití, donde se estableció y donde dejó parte de su obra artística, por la que es conocido mundialmente y que es testigo de su predilección por las pieles morenas y los temas tropicales.

Llegando el siglo XX, pródigo en acontecimientos que han determinado la nacionalidad panameña, los norteamericanos pretendieron, en 1920, ocupar la isla de Taboga, hecho que fue rechazado por el Presidente Ernesto T. Lefevre. Anteriormente, durante los incidentes de la Tajada de Sandía, en 1857, los norteamericanos habían exigido la isla de Taboga como indemnización por los supuestos perjuicios que les habían producido. Estos incidentes tienen que ver con un gringo que no quiso pagar su ración de sandía, lo que sublevó al pueblo, llegando a correr la sangre. Era apenas uno de los muchos encuentros que se sucederían durante el siglo XX entre los panameños conscientes de su nacionalidad y la arrogancia de los estadounidenses.

LOS TESOROS ESCONDIDOS

Fue Taboga un destino tan codiciado para los españoles, conquistadores del Istmo de Panamá, como para los piratas, bucaneros y demás aventureros que todavía hoy se pueden encontrar tesoros escondidos en las profundidades de sus aguas, o en los sitios donde se asentaron estos individuos. El más notorio de estos hallazgos se dió recientemente, en 1997, cuando se estaba construyendo el Centro de Salud que atiende a la población, y se hallaron más de mil monedas de plata, con fecha de principios del siglo XIX, que tanto histórica como comercialmente representaban una fortuna. De la misma forma, los buzos del pueblo, así como los que practican este deporte en las aguas aledañas encuentran con frecuencia monedas de oro, algunas con fecha de 1827 y acuñadas en España. También es frecuente desenterrar estos vestigios de glorias pasadas en los sitios donde hubo una gran actividad humana, como es la isla del Morro y las bases de la Iglesia.

LOS TABOGANOS Y SUS TRADICIONES

Todas las circunstancias históricas que se relatan en los párrafos anteriores se abocan a encontrar un habitante de la isla que es el conjunto de indio, español, negro y de los inmigrantes que llegaron en los siglos XIX y XX. Los taboganos son marineros innatos, buenos nadadores y, como diría Ortega y Gasset: “uno de los mayores encantos que para el hombre de tierra ofrece la vida del hombre de mar es la extrema alternativa entre máxima actividad y completa inercia que aquella trae consigo. Hombres de tierra adentro serían igualmente incapaces de soportar los febriles afanes de la hora de la tormenta o la en que culmina la pesca y la profunda inacción de los días en el puerto. Nadie sabe estarse tan heróicamente inmóvil horas y horas, como estos pescadores” (tomados de Cuadros de Viaje).

Hoy día la isla presenta una población estable que se emplea en las instituciones de gobierno (la desalinizadora, el centro de salud, la escuela, etc.) o en la vecina isla de Taboguilla, que cuenta con una procesadora de harina de pescado. Igualmente, hay muchos isleños que viajan a Panamá a trabajar en diferentes oficios, y regresan a Taboga los fines de semana. También los hay que cuidan y atienden las fincas y casas de veraneo, dan servicio a los turistas, les sirven de guías, o trabajan en uno de los dos hoteles de la isla.

Las tradiciones son muy fuertes en este paraíso isleño: los patronos de la isla son San Pedro y la Virgen del Carmen, venerada por los pescadores. Para las fechas en que se conmemoran sus efemérides es tradicional ver al pueblo vestido de gala, participando en las procesiones y en los ritos religiosos que se verifican en la iglesia. Las fiestas de San Pedro se celebran el 29 de Junio y las de la Virgen del Carmen el 16 de Julio. Esta patrona, que tiene muchos seguidores en Panamá, es especialmente exaltada a lo largo de la isla, y su fiesta es celebrada con bombos y platillos. Es tradicional la procesión que recorre las calles del pueblo, al son de los acordes de una murga y con fuegos artificiales, en la noche, y el paseo de la imagen de la virgen en los barcos de los pescadores, con la misma murga y fuegos artificiales, durante el día, por las costas de la isla.
El Viernes Santo es celebrado con mucha devoción y mucha escenografía. Los pobladores invierten muchos esfuerzos y recursos en organizar una impresionante procesión, que es larguísima, puesto que va siete pasos adelante y cinco atrás, lo que la hace recorrer las cuatro cuadras del pueblo en más de tres horas. Lanceros romanos y más de 80 personas cargan las cinco andas en que se llevan las imágenes de Jesús, la virgen María, el santo sepulcro, la Santa Cruz, la Magdalena y San Juan al son de los integrantes del coro, los músicos y una inmensa cantidad de fieles que recuerdan, cada año, el sacrificio del hijo de Dios.

Las empinadas calles que se van plegando a la tortuosa topografía del pueblo dejan ver un caserío lleno de exuberancia, donde las flores, especialmente los jazmines, se dan en cada esquina, en cada maceta, y el aroma es típico de la isla que debe su nombre a estas flores y a muchas otras: las rosas, las veraneras, las ixoras y todo lo que da color y distinción al trópico. Las rosas taboganas visten de rojo y de rosado su presencia, y por muy humilde que sea una vivienda, el jardín demuestra orgullo y dedicación, así como el uso de conchas en la decoración exterior.

LA ISLA, INSPIRADORA DE ARTISTAS

Ha sido una constante que Taboga (“haboga”en lengua indígena, que significa pescado) produzca hombres de las artes. Nuestra gloria de la literatura contemporánea, Rogelio Sinán, nació en la isla y su obra máxima, La Isla Mágica, es totalmente escenificada en ese espacio enmarcado en el Océano Pacífico. Sinán falleció en 1994 y dejó un legado de novelas, poesías, cuentos y obras de teatro que nos identifican como panameños, pero es La Isla Mágica (novela) y Semana Santa en la Niebla (poesía) la que nos dan lustre en el extranjero como país productor de talentos artísticos. El escritor ganó el premio Ricardo Miró en 1977 (máximo galardón panameño de las letras) y también el de Casa de las Américas, con la obra novelística La Isla Mágica. Igualmente han hecho su escenografía de la isla otros escritores, entre los que se cuentan Pedro Luis Prados con su obra Bajamar, merecedora del Miró en 1997, Juan Carlos Ansín (argentino de nacimiento, que vivió en Taboga cuando asistía a la escuela primaria del pueblo, ya que su padre trabajaba en la fábrica que tiene su sede en Taboguilla) y el recientemente fallecido, Arq. Ricardo J. Bermúdez, cuya obra “Cuando la Isla era Doncella”, escrito en 1954 y publicado en 1961, compuesto de catorce temas taboganos, es uno de los más destacados de entre su obra poética, que está siendo ponderada y revaluada ahora que ha dejado este mundo, además de los noveles Alvaro López Blanco (con su obra El Olor de la Tierra, que tiene en la portada los tamarindos de Taboga) y Ramón Fonseca Mora, entre otros. La isla es mágica, como la describió Sinán, y ha atraído a propios y extraños a producir sus obras literarias en ella.

La plástica no ha estado exenta de su influencia: el gran pintor panameño Roberto Lewis, a quien debemos los frescos del teatro Nacional y del Palacio de las Garzas (residencia presidencial) se refugió en la isla y de allí salen sus famosos tamarindos, que no solo enaltecen los murales de la sede del gobierno, sino que se reproducen en muchos cuadros, grandemente apreciados por coleccionistas. Otros pintores, como Mayo Hassán, Humberto Ivaldi, Marco Ernesto, Adriano Herrerabarría y Amalia Tapia han pasado temporadas en la isla y también lo hacen aquellos que quieren cultivar una habilidad artística o una vocación por lo bello.

El tres veces presidente Belisario Porras conoció a su primera esposa, Eva Rita Paniza, durante una excursión que hizo a la isla, ya que el padre de ella era el propietario de un hotel que funcionó en Taboga. De hecho, doña Eva está enterrada en el cementerio local. El General Buenaventura Correoso, tres veces presidente del Estado Soberano de Panamá, compró una casa en la isla, donde solía pasar largas temporadas. Y numerosos jefes de estado y familias tradicionales han encontrado sus días de soledad, de reposo y regocijo en los hermosos parajes taboganos.
Taboga se vió inmortalizada en las notas del compositor Ricardo Fábrega, con su obra homónima, bolero inolvidable que reza: “En esta noche callada, que mi tormento ahoga, quiero cantarte Taboga, viendo tu luna plateada………Taboga, tierra de las flores, tú eres mi inspiración, por ti sentí una pasión, que me llenó de amores….Taboga, eres tú tan bella, que no te puedo olvidar, bajo tu manto de estrellas, quiero vivir y soñar….” Es una canción de las más oídas en el repertorio nacional e internacional, casi a la par de Historia de un Amor. Al igual que Panamá Viejo, es signataria de nuestros quereres y nuestros haberes.

TABOGA HOY EN DIA

Como destino turístico Taboga es un paraíso inexplorado, aunque es el sitio más cercano a la capital, donde se encuentran playas, tradiciones, historia, y una belleza natural que no tiene nada que pedir a ningún otro sitio. Los taboganos son afables, y los dos hoteles que sirven al turismo tienen una gran variedad de alternativas, como lo son paseos en botes, alquiler de jet ski, sombrillas, petates, etc.

La isla es bastante segura, y tiene un puesto del Servicio Marítimo Nacional, que lo atienden de dos a tres unidades. Estos uniformados no tienen auto ni armamento, puesto que las riñas callejeras, de cantina usualmente, son a lo más que pueden llegar los residentes en tiempos normales. Cuando se celebran las fiestas patronales, los carnavales o la Semana Santa, y hay una gran afluencia de visitantes, este puesto es reforzado, pero sin mayores aspavientos. Se puede decir que en Taboga se permite dormir con las puertas abiertas.

Para los que tenemos casas de fin de semana y veraneo es el sitio ideal: no nos afecta una marejada de turistas, y conservamos todavía el savoir faire del pueblo, con sus intrincadas callejuelas, la idiosincrasia tardía del tabogano, la vida sin apuros y la vagancia institucionalizada. Caminamos a todos lados, tenemos nuestros proveedores de víveres y nos conoce todo el mundo. Las playas son cristalinas, especialmente las que no están en el área de mucho acceso de visitantes, y el buceo y la pesca son prácticas habituales. El sentarse frente al inmenso Pacifico, que no lo es tanto, tomarse un trago o bañarse en marea alta es tan placentero como estar en el mejor resort del mundo. Todos los fines de semana, religiosamente, cuando sumergidos en las olas del mar, miramos el perfil de la ciudad, nos preguntamos qué tendrán otros destinos turísticos que son ampliamente promocionados que no tenga Taboga. Y la respuesta es que Taboga es única, es mágica en su esencia y su presencia, y los que la amamos nos sentimos totalmente identificados con su idiosincrasia, con su historia y con su magnetismo.

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